domingo, 8 de julio de 2012

Serrat y Sabina, Córdoba, Dos Pájaros Contraatacan

 
Días anteriores al concierto de Serrat y Sabina, paseando por la ciudad, tuve un sobresalto inesperado (bueno, como lo son todos); tras una esquina que abría el ensanche a una plaza quedé parada de cuajo al encontrarme con estos dos pájaros que contraatacan. Al parón ocasionado por la sorpresa inicial -tal vez, décimas de segundo- siguió un primer segundo de duda: ¿Qué hacer? ¿Petición de autógrafos? (¡uf!, no, descartada) ¿Seguir adelante, pues, como si tal cosa, como si esos pajarracos (de buen agüero) no estuvieran allí? ¿Poner cara de póquer? ¿De lela? ¿Ir hacia ellos? ¿Cruzarme de acera? ¿Decirles buenos días? ¿Sonreír  levemente o con amplitud, ensanchando labios hasta mostrar los dientes? ¿Volver la cara hacia un insulso escaparate como si fuera la cueva del tesoro o fingir, mientras ando,  que busco, por ejemplo, un mechero perdido en  el bolso? Gran dilema. Cuando terminó este primer segundo de duda, entré en el siguiente con la resolución de no apartar mis pasos, de dirigirme hacia ellos y saludarlos (al fin y al cabo,  son más allegados que algunos familiares; no en vano me sé de pe a pa su discografía). Pero la resolución tomada no vino sola, vino acompañada de nuevas dudas: Cuando llegue junto a ellos... ¿Qué hago...? ¿Qué les digo...? ¿Les tiendo la mano? ¿Planto un beso en sus mejillas (o sea, dos, uno por cabeza) o un par (es decir, cuatro, dos por menda)? ¿O me dejo de saludos cariñosos y severamente les regaño por el desatino que cometen poniendo en jaque su salud al venir días antes del concierto a una ciudad con temperaturas de desierto? ¿O les alabo el gusto, por el contrario,  y me ofrezco de cicerone para mostrarles recovecos perdidos entre laberintos de frescas callejas (abanico en mano, claro)? Pero.... sobre todo... sobre todo... y ante todo...la gran duda que me corroía era la siguiente:  ¿En primer lugar, a quién de ellos me dirijo? ¿En qué rostro y ojos detengo, en ese futuro segundo, tan cercano, los míos?  Aunque me gustan mucho los dos, en fin, siempre hay alguien que tira más... ¿Me dirijo a ese o al otro? ¿O, tal vez, pueda hablar a uno (hola fulanito... hombre... qué sorpresa...) mientras miro al otro? ¡Ojú!, qué lío. El tercer segundo transcurrió en blanco, y en blanco continúa, no lo recuerdo aunque lo intente, sólo veo neblina de tiempo ausente. No sé qué pasaría por mi cabeza, pero, el caso, es que inicié el cuarto diciéndome:  ¿Pero a estos dos pájaros qué les pasa? ¿Están tontitos, o son estrafalarios (como dice mi madre)? ¿Acaso, no saben salirse de su propia novela (esto lo digo yo)? ¿Cómo pueden pasearse por ahí, con traje, corbata, sombrero y bombín? Y transcurrido el cuarto, en el quinto segundo, tras el shock de la vestimenta, todos mis interrogantes se desvanecieron; me di media vuelta, ya no me apetecía saludarlos, no sé si sentía rabia o pena. Pero la cosa no quedó ahí, volví a encontrarlos al cabo de una hora en mitad de una calle cercana, al día siguiente en una avenida y en el de más acá camino del super. Y siempre de la misma guisa, con el mismo atuendo negro, y lo peor de todo, lo que me encogía el corazón (pobrecillos) era que no hacían nada para resguardarse, invariablemente siempre, siempre, estaban al sol. Estuve tentada de conectarme a Internet para revender mis entradas (y, si era preciso, a precio de saldo, con los descuentos de la temporada). Se resquebrajaban los mitos, se me hacía insufrible encontrarlos hasta en la sopa. Tal vez, (llegué a pensar, como disculpa) quisieran hacerle competencia al santo, a San Rafael... Sí, puede que quisieran convertirse en custodios de esta urbe, como él... (Cómo me gustan... qué originales... si es que son únicos...) La verdad, pensándolo bien...  no estaría nada mal,  ver cada día, a lo largo de las estaciones, en mitad del Puente Romano y en lo más alto de la Torre de la Mezquita a Sabina y a Serrat.

No revendí ni regalé las entradas, fui al concierto, y un nuevo sobresalto de mí se apoderó. Dios...!!! puede que de verdad tengan una veta divina y obren milagros...  Allí estaban... deambulando por el escenario y... al mismo tiempo, en el graderío y junto a la puerta del teatro... Apreté los ojos todo lo que pude, los abrí, volví a repetir la operación, y al fin, decidí no aplazar más la visita al oftalmólogo que me permitiera  distinguir al artista del cartel (eso sí, y lo digo en mi descargo: cartel a tamaño natural). Pero lo peor de todo no fueron mis lapsus visuales (por lo que más quieras -qué vergüenza-, no los cuentes, que no se entere nadie...), sino las grandes expectativas e ilusiones rotas: a partir de entonces ya sería del todo irremediable, no nos quedaría otra que continuar, por los siglos de los siglos (sin amen), en los paseos y caminatas por Cordobita la Llana, mirando a, siendo observados desde las atalayas por, y lo realmente desesperante: encontrando en todas las fotografías, como un fantasma (o como ese niño graciosillo), colado, sin permiso, al omnipresente y alado Custodio y Santo.


 



Como acabo de decir (tomando, quizás, un atajo demasiado largo), los carteles anunciando el concierto fueron colocados varios días antes en los lugares más estratégicos de la ciudad, directamente sobre el suelo. Era evidente que la venta de entradas anticipadas no era la esperada por la organización. Por todos -incluída yo- se criticaba el que parecía un alto precio (50 € con antelación; 55 en taquilla). "Bueno... son dos los que actúan... estarán tiempo sobre el escenario...", se decía o pensaba como disculpa. Más tarde, ya en el concierto, al darse uno cuenta del montaje (músicos, escenario, cámaras, creaciones artísticas de imágenes, recursos materiales y humanos necesarios en la gira...) no parecía un precio demasiado elevado. El concierto no fue en el campo de fútbol ni en la plaza de toros, con más capacidad (tal vez, habría ido más gente a un precio más bajo), sino en el Teatro al aire libre de la Axerquía, teatro que terminó por llenarse, a excepción del graderío superior (como en la mayoría de los mejores conciertos que allí se dan).  Sabina, en primer lugar, y emocionado, agradeció al público la asistencia, a pesar del calor y de la crisis. Por desgracia, la crisis invade y pisotea todos los lugares y ambientes, pero, al menos, respecto al calor se equivocó (tal vez el traje y los focos); esa noche fue una noche de brisa fresca (ah... y la luna que asistió -gratis- no era tísica, sino una hermosa luna llena encaramada sobre los cipreses de un teatro por el que siento debilidad).

Y el concierto, genial. Casi tres horas de luz, marcha, poesía, imágenes y mucho sentido del humor, por parte de ambos. Tres horas que se hicieron cortas, que pasaron en un abrir y cerrar de ojos, que supieron a poco, a muy poco, y que hicieron que antes de pisar la calle estuviéramos deseando encontrar nuevos carteles que anunciaran que estos pájaros son incombustibles. Ojalá, como dijo uno de ellos, estén pronto de vuelta.

 
ÁLBUM DE UN CONCIERTO:

 



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