Puedes, en el
silencio, escuchar sirenas, que como relojes inflexibles mueven
rostros teñidos de carbón y sol; saborear palabras sencillas pronunciadas con
medias sonrisas y, otras, rabiosas o desesperadas, enmudecidas por la necesidad
urgente o el miedo; palpar sudores espesos y ásperas toses, lubricados con polvo
negro y escarchas de amaneceres; oler a
ropa descolorida, a lana apolillada, a botas remendadas o alpargatas. Pero verlo
no puedes. Lo intentas, pero la niebla del tiempo lo impide. Tu retina sólo es
capaz de apresar a maltrechos dragones que inundaron de humaredas el valle,
hundidos en la tierra, alzando
sus piedras sobre el páramo solitario, próximos a la urbe crecida. No puedes
ver… pero sí, entre niebla coloreada de tiempo, intuir, intuir con
apabullante certeza.
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